Hay ciertos meses en el año que tienen una especial característica: enero por el comienzo del año, agosto por las vacaciones, septiembre por el comienzo del curso escolar, político y deportivo... Diciembre es el mes de las fiestas navideñas, tanto para quienes se sienten cristianos como para todos los demás ciudadanos por los festivos del calendario y el despliegue de luces, consumismo y eventos de empresas.

Desde un punto de vista psicológico, diciembre es el mes más apropiado para hacer balances vitales. Se acaba otro año y puede ser oportuno hacer un repaso y una evaluación de lo que ha pasado en nuestra vida durante estos meses.

Este balance lo podemos hacer de muchas maneras. Yo suelo recomendar una cosa: hacerlo ordenadamente y por ámbitos: salud, familia, trabajo, amistades, dinero, amor/pareja...

¿Cómo ha sido tu año en términos de salud? Un año más es un año más viejos/as, pero en concreto ¿cómo ha ido? ¿Qué tal las relaciones familiares? Y en el trabajo ¿ha habido mejoras o todo lo contrario?... Y así apartado por apartado sin cargar las tintas y sin engañarnos a nostros mismos.

Como nos va a resultar inevitable contaminar el análisis con nuestro estado de ánimo en el momento de hacerlo, es muy recomendable tomarse la molestia de escribir las cosas para poder repasar pasados unos días, quizá en otro estado de ánimo.

También puede ser muy interesante compartir nuestro análisis con los más cercanos abriendo un tema de conversación que seguro será enriquecedor. Pero para eso hace falta encontrar un momento adecuado, como todos ustedes comprenderán.

Finalmente, es recomendable acabar el «trabajo» de evaluación del año con una buena síntesis: teniendo en cuenta todo... ¿ha sido un buen año? ¿Por qué? Seguro que podría haber sido mejor y también peor.

Para enero dejaremos aquello de hacer planes para el nuevo año, expresar deseos, comprometer intenciones y fijar estrategias. Pero eso será en enero y ya tendremos tiempo de recomendar algunas cosas. De momento...¡¡¡Felices fiestas!!!